Citas para reflexionar...

"Una persona exitosa es la que construye un edificio sólido con los ladrillos que le van lanzando los que quieren derribarla"
[David Brinkley].

8 de enero de 2012

LA SALCHIPAPA ABIERTA Y SUS ENEMIGOS (con la venia de Karl Popper)


 Sabroza y nutritiva es la comida en mi ciudad.
Cebiche con huevo frito tu ambulante te dará.
Como el cólera y la peste a mí no me hacen ningún mal,
Lo que no mata engorda, con sabor muy nacional.
Por eso, ¡no (¡no!)
me voy de esta ciudad! (¡no!).
¿Y que tenemos de menú?
Charqui, sangrecita, mondonguito y olluquito.
Torreja con patita, bacalao y chanfainita.
Chupín de criadilla y estofado de cabeza.
Ubres en su salsa, con camotes y cerveza.
¿Para el postre y la “bajada”?
Flan con gelatina, ranfañote con melcocha.
Mazamorra, camotillo y machacado de membrillo.
Mazato, uña de gato, leche de tigre y manzanilla.
Emoliente bien ardiente, y su agüita de azar.
Por eso, ¡no (¡no!)
me voy de esta ciudad! (¡no!).
Canción Final, Pataclaun en la Ciudad, 1993. 
[ver también: 

Allá por el lejano 1997, leí un ejemplar de la revista libertaria Reason (cuyo número no recuerdo) dedicado a la entonces “nueva” forma de intervencionismo estatal durante la Era Clinton: la salud. La salud es cosa seria, ¿quién puede atreverse siquiera a cuestionar tamaña tesis? Pero el cuestionamiento que hacía la revista no era a la salud y a su status de “tema serio e importante”, sino a la alegada “necesidad” de intervención estatal en aspectos muy personales de la vida privada. Me refiero directamente a la comida. Y específicamente a la comida denominada “chatarra”. Recuerdo que la carátula de la mencionada revista mostraba la caricatura de un iracundo médico bajando de un monte, a lo Moisés, con dos tablas prohibiendo alcohol, drogas, grasas, etc. e imponiendo “maná” que era saludable y nutritivo. Ese ejemplar debe estar en alguna parte de mi baúl de recuerdos (esos que no son de madera sino de cartón, y que dicen en un costado “Panasonic”, “Samsung” o “This Side Up”).

Se ha reconocido en muchos países que el Derecho Tributario sirve a los Estados a encausar conductas deseables y prohibir conductas no deseables. Estas teorías han venido de fuentes europeas, sea alemanas, españolas, etc., y suele decirse que es lo que “todo el mundo hace”. Bueno, ese argumento se derrumba si tenemos en cuenta que no todos los países tienen las mismas constituciones ni las mismas formas de Estado ni de Gobierno, ni aceptan las mismas Teorías de los Derechos Fundamentales. Yo jamás pretendería, por ejemplo, validar una determinada opción normativa que se aplique en China para regular la internet, con el sólo argumento de que ahí la soporta más de la mitad de la población mundial. La concepción que tengamos los ciudadanos de nuestras libertades debe sustentarse en convicción, no en modas.A pesar de ello, nuestro Estado parece haber aceptado muy entusiastamente este argumento y eso es lo que se alega, por ejemplo, para gravar a los cigarrillos y al alcohol. Sin embargo, como los médicos saben, tales productos son “drogas legales” que generan adicción, y que, por tanto, así el impuesto sea del 500%, van a ser consumidos por los dependientes. Entonces ¿dónde está el desincentivo? De otro lado, si tanto le preocupa al Estado desalentar conductas no deseadas a través de tributos, ¿crearía acaso un impuesto al homicidio, a la violación, a la pornografía infantil, etc.? Mi modesta opinión es que el Estado no dice lo que realmente ocurre: las exposiciones de motivos de los proyectos de ley tributarios pueden abundar en frases como “bien común”, “desaliento de actividades nocivas” y demás, pero lo cierto es que existe un genuino afán rentista. Follow the money, así de sencillo. La consigna es recaudar más a diestra y siniestra. La única razón por la que los intervencionistas estatales no han creado un impuesto por escupir en la calle es por falta de logística.Hoy en día, en nuestro país, se discute una supuesta “iniciativa” (yo no sé de quién) para gravar con un impuesto a la “comida chatarra”. El argumento es el mismo: hay que desalentar las conductas nocivas. Si bien existen discusiones sobre temas operativos, antes de entrar someramente a ellos, creo que debemos tener en cuenta los aspectos más importantes que se encuentran estrechamente relacionados con nuestros Derechos Fundamentales, con nuestra Libertad:(i) Hagámonos la siguiente pregunta: ¿quién es el dueño (titular, propietario, sujeto habilitado, etc.) de nuestro cuerpo? Si la respuesta es “Nosotros mismos”, entonces, cabe reflexionar, por qué un tercero (el Estado) debe entrometerse en nuestra decisión de consumir o no una hamburguesa. Si, por el contrario, la respuesta es “el Estado”, entonces, ya no hay discusión: somos activos contables, pertenecientes al Estado, esclavos despersonalizados al estilo de la película “Metrópolis” de Fritz Lang, y por tanto, no tenemos ningún derecho a objetar las decisiones de nuestro dueño.(ii) La Libertad va indesligablemente unida a la Responsabilidad. Tomar decisiones en nuestra vida requiere que asumamos las consecuencias de las mismas, sean buenas o malas. Esto es lo que los economistas llaman “internalizar externalidades”. Por eso es tan difícil ser libre, o que la gente se atreva a ejercer su Libertad, como decía George Bernard Shaw. Pero en nuestra sociedad, es una situación ineludible. Queramos o no, debemos asumir las consecuencias de nuestras decisiones. Si decido comer un pollo a la brasa o una bolsa de papitas fritas, deberé asumir las consecuencias de dicha decisión. Eso es ser responsable, en libertad.

(iii) Las comidas, incluso las denominadas “chatarra”, se comercian en un mercado. Para que el mercado funcione, entre otras condiciones, es necesaria la información simétrica entre consumidores y proveedores. La única forma de participación estatal que yo concibo es aquella por la cual se busca que los consumidores tengan acceso a la información sobre lo que van a comprar o consumir. Si el consumidor sabe que comer una salchipapa de determinado tamaño le va a sumar determinados números de calorías y puede incrementar en una determinada cantidad su nivel de colesterol y de grasas trans, y que eso puede afectar de determinada manera su salud, el consumidor tomará su decisión de si come o no la salchipapa, si la come y luego sale a trotar, si la come y dice “de algo se ha de morir la gente”, etc. Esa es ya una decisión de consumo, muy suya. Desde esa perspectiva, introducir una intervención estatal en el consumo, como el impuesto, es una distorsión al mercado, que además genera discriminación: sólo quienes tienen la capacidad económica de superar la barrera tributaria tendrían el “derecho” de decidir, los demás no podrían acceder a ello y ni siquiera sabrían por qué, sólo sabrían que sus bolsillos no se los permitirían. Recientemente he escuchado en los noticieros que algunos señalan que la tasa impositiva sería muy baja para “no generar distorsiones” [sic], pero si ello fuera así, entonces se confirmaría que el verdadero propósito no es “desalentar conductas nocivas”, sino un afán puramente rentista.
(iv) Nosotros los ciudadanos no somos entes irracionales, inimputables, que no sabemos tomar decisiones. No se trata de “tomar la decisión correcta”. En ejercicio de la libertad, el ciudadano puede tomar decisiones “equivocadas”, pero precisamente por ello debemos asumir las consecuencias de las mismas. A lo largo del tiempo, el ser humano ha aprendido mediante ensayo-error. Esa es la mejor forma de aprender. Si nunca nos equivocáramos, el día en que nos ocurra no vamos a saber cómo actuar.(v) El Estado, a través de sus diferentes formatos y estamentos, es un ente complejo, con funciones que él mismo no ha podido ejercer cabalmente. Veamos: para obtener una licencia de funcionamiento, puedes demorar un mes (si no más), tiempo en el que tu negocio no produce ni genera empleos; para sancionar a un congresista corrupto tienes que estar a los vaivenes de las componendas políticas, para no mencionar que ni siquiera se puede revocar a un congresista en nuestro país; para obtener una cita en los consultorios del Ministerio de Salud, tienes que pedirla a veces con meses de anticipación; algunos programas asistenciales como el Vaso de Leche, llegan a personas que no lo necesitan y no cubren a los que sí; se exoneran de tributos a varias zonas del país, cargando más tributos a los que ya pagan, generándose discriminaciones encubiertas; las tasas de criminalidad se han disparado en las principales ciudades del país, generando una sensación de inoperancia policial; no se han podido solucionar todos los conflictos sociales vigentes y existen muchos otros latentes; la basura y el comercio ambulatorio en el Cercado de Lima es una cosa sumamente seria; muchos colegios estatales no tienen carpetas ni techos; etc. Y con todo ello, se pretende ahora que el Estado controle lo que debemos comer. Suena realmente contradictorio. Francamente, es una broma cruel y de mal gusto. Si, a pesar de todo lo expuesto (que personalmente me parecen temas más de fondo y centrales), alguien todavía insiste en discutir los temas operativos (en realidad a la prensa le divierte más éstos), el primero de la lista (y el único al que me basta aludir) es en sí mismo un tremendo embrollo difícil de definir: ¿a qué se considera comida “chatarra”? La salsa blanca se hace principalmente a base de mantequilla (pero, seamos honestos, es probable que la mayoría de establecimientos utilicen margarina), lo que significa que es una enorme fuente de calorías y grasa. Luego, un filete de pescado con salsa blanca y champiñones servido en el restaurante de un hotel ejecutivo, ¿es comida “chatarra”? ¿Y un croissant (hecho a base de mantequilla) de San Antonio o Don Mamino, o los huevos revueltos del Balthazar, son o no comida “chatarra”? El tamal de Wong y el chicharrón de Kio’s (para no hablar del vapuleado pollo a la brasa) ¿es comida chatarra? El Lomo Saltado (así lo prepare el mismo Gastón) lleva papas fritas, luego ¿será comida “chatarra”? ¿Cuántos fideos debe tener el Caldo de Gallina (con presa y huevo) para no ser catalogado como “chatarra”? El regulador estatal tendría que llegar a absurdos tales como dividir mi plato de Kamlú Wantan en el chifa, ya que el Kamlú es saludable, pero el Wantán sería “chatarra”. Y si el Estado quiere ser coherente, va a tener que pelearse con [el orgullo de] muchos renombrados chefs cuando inevitablemente deba catalogar como “chatarra” a sus refinados risottos (verdaderas bombas para cualquier hígado frágil).Ahora, señor Estado, si cree que liberar a las ensaladas del famoso impuesto a ser creado induciría a la gente a comer más ensalada, lo único que puedo decir es que usted no ha probado la ensalada de MacDonald’s (con un aliño más dulce que la salsa de tamarindo) o las ensaladas del Pardo’s que llevan hasta tocino y trozos de tostada con mantequilla. Por todo lo expuesto, creo que es clara mi posición en contra del rumoreado impuesto. Aunque debo llamar la atención a que el debate de dicho tributo atañe a una cuestión de principios: es ser coherente con nuestra concepción como ciudadanos libres. Dicho todo lo anterior, por propia, libre e informada decisión, procederé a decidir si más tarde doy un paseo por el limeño distrito de Lince para degustar de unos anticuchitos “con su ajicito más” donde Doña Pochita.Lima, 08 de enero de 2012.