" Intenta no volverte un hombre de éxito, sino volverte un hombre de valor."
Albert Einstein
Tras presenciar el “circo congresal” del día de ayer durante la juramentación del nuevo presidente y sus vicepresidentes (penoso es decirlo, más triste fue verlo), muchas ideas vinieron a mi mente. Voy a dedicarme en esta oportunidad sólo a una de ellas.
Cuando en 1971 se estrenó la clásica película “La Naranja Mecánica”, su director Stanley Kubrick señaló a la prensa que, entre otras cosas, la película demostraba que la cultura no necesariamente hacía al ser humano un ser moral. En efecto, en ella se podía apreciar al protagonista Alex, un fanático de la música de Beethoven, practicando la ultraviolencia a diestra y siniestra.
En realidad, la ficción no es necesaria para ilustrar el punto. La realidad está colmada de ejemplos. Hitler admiraba a los grandes compositores de la música clásica, como Wagner. De hecho, Woody Allen, a manera de sarcasmo, dijo (creo que en su película “Bananas”) “Cuando escucho a Wagner, me dan ganas de invadir Polonia”.
Ya en nuestra realidad cercana, a inicios de este milenio, nuestro país vio por televisión cómo personas importantes (empresarios y políticos, principalmente) con grado de instrucción superior, o postgrados en el extranjero, o que de acuerdo a estándares monetarios podrían ser catalogados como exitosos, desfilaron por la salita del SIN para reunirse con el ex-asesor presidencial y ahora condenado, Vladimiro Montesinos.
Por otro lado, el Congreso saliente, antes de la quincena de julio, aprobó una modificatoria a la Ley de Libertades Religiosas, Ley 29635, que hace totalmente optativo a los padres de familia exonerar a sus hijos del Curso de Religión. El curso en sí mismo no ha desaparecido y creo que eso es lo que hace que la norma no atente en estricto contra el Concordato o Acuerdo suscrito entre el Perú y el Estado Vaticano en 1980.
Personalmente considero que imponer como curso obligatorio uno referido a una determinada confesión religiosa sí atenta contra el derecho fundamental a la libertad de conciencia y de creencia. Pero, como expliqué en un anterior post, incluso no existiendo la Ley 29635, la exoneración ya era practicada desde hace años y no requería norma legal alguna. El problema no era la necesidad o no de la existencia una norma positiva (lo que rayaría en un obsecuente Positivismo), sino el reconocimiento judicial y de la administración pública del derecho a la libertad de conciencia y de creencia.
Todo lo anterior nos debe llevar a una reflexión. Creo que este tema debe ser una oportunidad para que meditemos acerca de la formación de valores. Por siglos, la educación religiosa de la Iglesia Católica pretendía cumplir ese propósito, al margen de las críticas a su alegada obligatoriedad. Ahora que legalmente se reconoce que el católico Curso de Religión es optativo, ello no puede ser entendido como que los valores ya no importan para nuestro sistema educativo.
Dentro del plano personal, la práctica y el ejercicio de valores es algo que se aprende. Y si se aprende, entonces, como cualquier otra “materia” requiere hoy en día que sea enseñada y aprendida por competencias: es decir, mediante conocimientos, actitudes y habilidades.
Robert Kiyosaki señaló en su famoso libro “Padre Rico, Padre Pobre” que, en el tema del dinero, ninguna escuela primaria o secundaria enseñaba a las personas a cómo relacionarse con éste, que cuando uno termina el último año de secundaria, sencillamente es dejado a su suerte en temas monetarios. Yo creo que lo mismo ocurre con los valores.
Tal vez algunos o varios profesores de nuestra infancia nos hayan tratado de transmitir valores (y lo hayan logrado), pero ¿acaso tuvimos algún curso especial y directamente diseñado para enseñarnos a practicar, con ejercicios sencillos, la honestidad, el respeto por la propiedad ajena, el buen trato entre condiscípulos, o cualquier otro valor? Pareciera que todo eso se da por sobreentendido con la sola pertenencia a una escuela. Por ejemplo, se piensa que si se castiga a un alumno por robar un lapicero o por copiar en un examen ya está hecho el trabajo. Pero eso no es así. Existe una alta probabilidad de que, sin la enseñanza práctica de valores, lo que aprenderá el muchacho es que la próxima vez deberá ser más astuto para “no ser descubierto”.
Por otro lado, si bien creo que el deporte es bueno para la salud, tampoco podemos caer en la falacia que suele escucharse en las campañas electorales municipales de que “deben construirse más canchas deportivas para alejar a los jóvenes del pandillaje y de la delincuencia”. Con un razonamiento así, estamos perdidos: sin valores, incrementamos el riesgo de que los deportistas usen esteroides, los espectadores corran apuestas clandestinas y los fanáticos creen más “barras bravas”.
Sí creo que a nivel de colegios debieran diseñarse cursos que fomenten la práctica real de valores. No cursos llenos de datos o fechas (como desafortunadamente suelen ser en su mayoría los cursos de Filosofía o de Ética), sino cursos prácticos para la formación en valores.
¿Y qué valores se enseñarían? Esta es una pregunta compleja, pero que podemos empezar a responder de manera básica, leyendo nuestra Constitución, en especial el art. 1º que dice: “La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado.”. De este sencillo texto podemos deducir -en un lenguaje más laico y menos técnico o legal- el respeto por la vida y la existencia de los demás, la tolerancia, el reconocimiento de la persona como ser libre y que esa libertad conlleva ser además responsable de nuestros actos, el derecho a crecer y surgir, etc.
No debemos olvidar que la Constitución, en su parte Dogmática, es una base moral elemental, mínima, que como país hemos decidido adoptar. Y por eso no puede ser un tema reservado a las Facultades de Derecho. Esta base mínima debe ser independiente del dogma que paralela o adicionalmente desee uno asumir.
No quiero ser fatalista ni alarmista (a pesar de las imágenes que vi ayer por televisión). El propósito de este post es únicamente hacer una reflexión sobre el tipo de sociedad que deseamos para nuestros hijos y nietos, sobre qué tipo de personas deseamos que lleguen a ser.
Un esquema de valores, por definición, requiere de una elección libre, no impuesta. En ese orden de ideas, tú padre de familia eres perfectamente libre de exonerar a tu hijo del Curso de Religión, pero tal vez no sea una mala idea que te preocupes por ver que tu hijo aprenda de manera práctica, valores (y, ojo que el aprendizaje de valores debiera empezar en casa). De lo contrario, en el mejor de los casos, tal vez generemos para el futuro personas económicamente exitosas y/o sumamente instruidas y capacitadas, pero corruptas, intolerantes, inescrupulosas, irresponsables, viciosas, matonezcas y/o delincuenciales.
Todo lo anterior nos reconduce a la frase de Einstein, citada al inicio de este post: procuremos ser personas de valor.
Lima, 29 de julio de 2011.