A pocas horas del partido Perú – Colombia por las eliminatorias Brasil 2014, la gente atraviesa una
metamorfosis. Si la semana no estuvo buena, si los clientes no se portaron bien
a fin de mes, si los exámenes no fueron lo que esperabas, si te peleaste con tu
pareja, si la gripe te molió a palos, cualquiera que haya sido el sinsabor vivido, nada de eso ya importa. Juega la
Selección y eso nos cambia el ánimo.
Desde hace ya un par de horas, mi vecino
está ensayando una serie de arengas futboleras con sus hijos adolescentes,
tocando una estridente corneta, pero nadie le ha reclamado por la bulla y a
nadie se le ha ocurrido llamar al serenazgo. Y de tanto en tanto, grupos de jóvenes con los rostros pintados de rojo y blanco, y vistiendo camisetas de la Selección, peregrinan a lo largo de la avenida. Definitivamente, se respira
fútbol.
Confieso que también tengo mi dosis de emoción. En realidad,
creo que me gusta ver el buen fútbol. He disfrutado con las finales de la Champions
League, la Copa del Rey, etc. (todas vistas a través de la web), pero también es
verdad que desde 1982, mi relación con el fútbol peruano no ha sido la mejor.
Veamos, desde esa fecha, he pasado por las siguientes
etapas:
a) Fase de la “ilusión inquisidora” (lo que quedó de los 80s
hasta inicios de los 90s): mi yo adolescente confiaba en que “en el siguiente
mundial” regresaríamos para sacarnos el clavo, de manera tal que trataba de
racionalizar y de justificar las derrotas de la Selección atribuyéndolas a preferencias e
injusticias de árbitros, organizadores y demás.
b) Fase del “desconcierto crítico” (lo que quedó de los 90s):
mi yo juvenil comenzó a percatarse del problema “endógeno” y, como niño que
descubre que Papá Noel no existe, comencé a mutar hacia un crítico mordaz e
implacable del seleccionado patrio, totalmente descreído, convencido de que
debíamos encaminarnos a otros deportes o habilidades como Fulbito de Mesa, Age
of Empires, entre otros.
c) Fase de la “apatía frustrada” (primera década del nuevo milenio): mi yo
adulto comenzaba a aceptar la frustración, pese a momentos como el del campeonato
del Cienciano y del triunfo de los “Jotitas”. Tras ver el triste destino de
ambos, pocos años después, mi yo sólo reafirmó su resignación.
d) Fase de la “globalización” (actualidad): en los últimos
años, el cable y la internet me han enseñado que si deseas ver buen fútbol,
éste no tiene que ser necesariamente nacional. Por supuesto que es deseable que
en algún momento lleguemos a la madurez futbolística, pero igual puedes disfrutar
del arte del Barcelona FC, del Chelsea, etc. Pese a las críticas organizativas,
la última copa del mundo ha sido una fiesta visual para quienes apreciamos el
buen fútbol, en tanto que la final de la Champions ha sido realmente magistral,
y así sucesivamente. En mi adolescencia, no tuve esas opciones. Ahora, entiendo
que más allá de camisetas o de banderas, la pasión del deporte rey es real.
En efecto, la globalización, al igual que en el libre mercado, ha
permitido que en estas latitudes veamos calidades futbolísticas de otros lados,
y que deseemos eso. Ha permitido que veamos que otros equipos, antes coleros,
hoy han evolucionado envidiablemente. Y con todo ello, renace la esperanza: estoy
convencido de que -en la medida en que es la demanda la que crea la oferta y no al
revés- nuestra nueva forma de ver el fútbol en el mundo haga que cada vez más
jugadores, como Paolo Guerrero, quieran satisfacer dicha demanda y se pongan la
camiseta para jugar con el mismo nivel y calidad internacional con los que deslumbran en otros países, y nos hagan sentir como hinchas “de primera mano”, sea
cual fuere el resultado.
En ese promisorio horizonte, sólo veo un obstáculo cuya
superación depende de la poca atención que le demos: la farandulización del
fútbol. Cuanto menos importancia le demos a “modelos” acosadoras de jugadores pretendiendo
robar cámaras a las afueras del estadio; o a políticos oportunistas haciendo de
comentaristas deportivos o sembrando cizaña chauvinista; o a “artistas” que pretenden
dar su apoyo al equipo de todos a la vez de promocionar sus programas o sus “teléfonos
para contratos”; cuanto menos importancia le demos a todos ellos, desaparecerán
espontáneamente.
Bueno, acabo de percatarme de que mi vecino ya dejó de tocar
su escandalosa corneta y de ensayar a viva voz coloridas arengas. Tal vez ha
enrumbado con sus hijos a ver el partido a la casa de alguien. Puedo ver que la avenida se
llena de vehículos colmados de jóvenes que enrumban a ver el partido en grupo y
sé además que en La Molina, el alcalde ha instalado una pantalla gigante en
pleno cruce de la Av. Javier Prado y la Av. La Molina (aunque también se anuncia la presencia de gente farandulera). Definitivamente, estos
encuentros contribuyen a socializar y a unir más a los amigos y familiares, sea en la derrota o en la victoria. Todo
este ambiente hace que recuerde una vez más mi infancia de Argentina 78’ y mi
niñez de España 82’, recuerdos que espero también puedan tener las nuevas
generaciones. Como estaba estampada en la legendaria camiseta del gran “Chorri”
Palacios: “Te amo, Perú”.
Lima, 03 de junio de 2012.