Extracto del libro “Conjeturas y Refutaciones”, de Karl R. Popper. Barcelona: Paidós, 1991, p. 416-421
1. EL MITO DE LA OPINIÓN PÚBLICA
1. EL MITO DE LA OPINIÓN PÚBLICA
Debemos tomar conciencia de una serie de mitos concernientes a la "opinión pública" que a menudo son aceptados sin crítica.
Está, en primer término, el mito clásico, vox populi vox dei, que atribuye a la voz del pueblo una especie de autoridad final y sabiduría ilimitada. Su equivalente moderno es la fe en la justeza suprema del sentido común de la figura mítica que es "el hombre de la calle", en su voto y en su voz. Es característica en ambos casos la supresión del plural.
Pero gracias a Dios las personas raramente coinciden; y los diversos hombres de las diversas calles son tan diferentes como una colección de P.M.I. (personas muy importantes) en un salón de conferencias. Y si en alguna ocasión hablan más o menos al unísono, lo que dicen no es necesariamente juicioso. Pueden tener razón o pueden estar equivocadas. "La voz" puede ser muy categórica en temas muy dudosos. (...). Y puede oscilar en problemas que no dejan lugar a dudas. (...) Puede ser bien intencionada, pero imprudente. (...) O puede no ser bien intencionada ni muy prudente. (...)
Creo, sin embargo, que hay un fondo de verdad oculta en el mito de la vox populi. Se lo podría formular de esta manera; a pesar de la limitada información de que disponen, muchos hombres simples son más juiciosos que sus gobiernos; y si no más juiciosos, por lo menos inspirados por mejores o más generosas intenciones. (...)
Una forma del mito —o quizás de la filosofía que está detrás del mito— que me parece de particular interés e importancia es la doctrina de que la verdad es manifiesta. Me refiero a la doctrina según la cual, si bien el error es algo que necesita ser explicado (por la falta de buena voluntad, o por la parcialidad o por el prejuicio), la verdad siempre se da a conocer, mientras no se la suprima. Así surge la creencia de que la libertad, al barrer con la opresión y otros obstáculos, debe conducir necesariamente a un Reinado de la Verdad y el Bien, a "un Elíseo creado por la razón y agraciado por los placeres más puros del amor a la humanidad", según las palabras finales de la obra de Condorcet Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano.
He simplificado intencionalmente este importante mito, que también puede ser formulado así: "Nadie que se enfrente con la verdad puede dejar de reconocerla." Propongo llamarlo "la teoría del optimismo racionalista". Es una teoría que la Ilustración comparte, con la mayoría de sus consecuencias políticas y sus represiones intelectuales. Como el mito de la vox populi, es otro mito de la voz única. Si la humanidad es un Ser que debemos adorar, entonces la voz unánime de la humanidad debe ser nuestra autoridad final. Pero sabemos que esto es un mito y hemos aprendido a desconfiar de la unanimidad.
Una reacción contra este mito racionalista y optimista es la versión romántica de la teoría de la vox populi, la doctrina de la autoridad y univocidad de la voluntad popular, de la "volonté générale", del espíritu del pueblo, del genio de la nación, del espíritu del grupo o del instinto de la sangre. No necesito repetir aquí la crítica que Kant y otros —entre ellos, yo mismo— han dirigido contra esas doctrinas de la aprehensión irracional de la verdad que culmina en la doctrina hegeliana de la astucia de la razón, que usa nuestras pasiones como instrumentos para la aprehensión instintiva o intuitiva de la verdad; y que hace imposible que el pueblo se equivoque, especialmente si sigue el dictado de sus pasiones y no el de su razón.
Una variante importante y aún muy influyente de ese mito es el del progreso de la opinión pública, que no es sino el mito de la opinión pública del liberal del siglo XIX. (...)
La teoría expuesta por el miembro del Parlamento y radical-liberal Mr. Monk podría ser llamada la "teoría de la vanguardia de la opinión pública", o teoría del liderazgo de los progresistas. Es la teoría de que hay líderes o creadores de la opinión pública que —mediante libros, panfletos y cartas a The Times o mediante discursos y mociones parlamentarios— logran que ciertas ideas rechazadas en un principio sean luego debatidas y, finalmente, aceptadas.
Se concibe a la opinión pública como una especie de respuesta pública a los pensamientos y esfuerzos de esos aristócratas del espíritu que crean nuevos pensamientos, nuevas ideas y nuevos argumentos. Se la concibe como lenta, un poco pasiva y conservadora por naturaleza, pero sin embargo capaz, finalmente, de discernir intuitivamente la verdad de las afirmaciones de los reformadores, como el arbitro lento, pero definitivo y autorizado, de los debates de la élite. Sin duda, se trata de otra forma de nuestro mito, por mucho que la realidad inglesa pueda parecer adecuarse a él a primera vista.
Se concibe a la opinión pública como una especie de respuesta pública a los pensamientos y esfuerzos de esos aristócratas del espíritu que crean nuevos pensamientos, nuevas ideas y nuevos argumentos. Se la concibe como lenta, un poco pasiva y conservadora por naturaleza, pero sin embargo capaz, finalmente, de discernir intuitivamente la verdad de las afirmaciones de los reformadores, como el arbitro lento, pero definitivo y autorizado, de los debates de la élite. Sin duda, se trata de otra forma de nuestro mito, por mucho que la realidad inglesa pueda parecer adecuarse a él a primera vista.
Sin duda, a menudo las aspiraciones de los reformadores han alcanzado el éxito de esa manera. Pero ¿sólo tuvieron éxito las aspiraciones válidas? Me inclino a creer que, en Gran Bretaña, no es tanto la verdad de una afirmación o lo juicioso de una propuesta lo que permite conquistar el apoyo de la opinión pública para una política determinada como el sentimiento de que hay una injusticia que puede y debe ser rectificada. (...)
2. LOS PELIGROS DE LA OPINIÓN PÚBLICA
La opinión pública (sea cual fuere) es muy poderosa. Puede cambiar gobiernos, hasta gobiernos no democráticos. Los liberales deben considerar un poder semejante con cierto grado de sospecha.
Debido a su anonimato, la opinión pública es una forma irresponsable de poder y, por ello, particularmente peligrosa desde el punto de vista liberal. (Ejemplo: Las barreras de color y otros problemas raciales.) El remedio en una dirección es obvio: al reducir al mínimo el poder del Estado, se reducirá el peligro de la influencia de la opinión pública que se ejerce a través del Estado. Pero esto no asegura la libertad de la conducta y el pensamiento del individuo de la presión directa ejercida por la opinión pública. (...)
La doctrina de que la opinión pública no es irresponsable, sino de algún modo "responsable ante sí misma" —en el sentida de que sus errores tienen consecuencias que caen sobre el público que defiende la opinión equivocada— es otra forma del mito colectivista de la opinión pública: la propaganda equivocada de un grupo de ciudadanos puede fácilmente dañar a otro grupo.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.