Cuando Stanley Kubrick rodó en 1971 esta clásica película, señaló que se basó en la edición americana de la novela de Anthony Burgess (originalmente publicada en 1962). Lo curioso es que en la versión en los EE.UU. había omitido el último capítulo, por decisión del editor (a lo cual Burgess accedió, necesitado de dinero) porque creía que el final era una traición a la "ultraviolence" de los anteriores capítulos.
Este capítulo (que es el 7mo de la tercera parte, o e 21º del total) hace que la película y el libro tengan un enfoque diferente, que el mismo Burgess y el mismo Kubrick dejarian entrever en diversas entrevistas: la película termina cuando Alex vuelve a ser el mismo que al inicio, con gran predilección de la "ultraviolence". Ello proyecta una perspectiva pesimista del ser humano asumiendo que éste es malo por naturaleza, y ya nace condenado (más o menos lo que pregonan algunas religiones).
El capítulo 21, en cambio, muestra a un Alex que se "aburre" de la "ultraviolence" y que madura, crece, y decide evolucionar, casarse, tener un hijo. Esta decisión proyecta la imagen de que el ser humano puede haber tenido una faceta mala, pero puede, si lo decide, cambiar, evolucionar, no atarse a su pasado. En resumen, el ser humano retoma su autonomía y su libertad de elegir entre el bien y el mal.
El título original de la novela y del film es "A Clockwork Orange". En inglés, orange significa "naranja", sin embargo, el autor Burgess aludía, con juego de palabras, a otro significado: "ourang", una palabra malasia (el autor vivió años en Malasia), que significa "persona". En resumen, la idea real del título es "El hombre mecánico", al que se le quiere aplicar el "Tratamiento Ludovico". El mismo Burgess explicó en alguna ocasión:
«... por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, que ya está sustituyendo a los dos) le darán cuerda».
No se trata, pues, de una "traición" al resto de la novela, ni un forzado "happy ending". Kubrick, como indiqué, se excusó en que él no habría leído la novela en su versión británica íntegra, sino en su versión americana mutilada.
No obstante, Kubrick filmó "La Naranja Mecánica" cuando ya vivía algunos años en Inglaterra, y por tanto, era más factible que conociera la novela original. Otro hecho revelador es que, a diferencia de otras películas adaptadas de novelas que filmó (2001: A Space Odissey, por ejemplo), en el caso de "La Naranja Mecánica", Kubrick decidió NO coordinar ni trabajar el guión de manera conjunta con el autor de la novela.
Trailer oficial de la película
Creo que Kubrick y el editor americano del libro encontraban "más encanto" en el pesimismo lúdico y mordaz de la versión incompleta que en el mensaje original. De cualquier manera, la película es un ícono de la cinematografía hasta nuestros días, a pesar de las enormes censuras que, incluso hasta hoy, persisten.
Ahora, para finalizar, transcribo el "mutilado" Capítulo 21, que no figura en la edición americana, ni en la película. Una importante precisión: al inicio de la novela, Alex es un adolescente de 15 años, y termina cuando tiene 18 (esto explica por qué habla en jerga "nadsat", que, de acuerdo al autor, es una jerga futurista de adolescentes). En la película, Alex es un veinteañero. Sin más preámbulo, aquí el capítulo "perdido":
7
-¿Y ahora qué pasa, eh?
Estábamos yo, Vuestro Humilde Narrador, y mis tres drugos, es decir Len, Rick y Toro, llamado Toro porque tenía un cuello bolche y una golosa realmente gronca que eran como las de un toro bolche bramando auuuuuuh. Estábamos sentados en el bar lácteo Korova, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podríamos hacer en esa bastarda noche de invierno, oscura, helada, aunque seca. Había muchos chelovecos puestos en órbita con leche y velocet, synthemesco y drencrom, y otras vesches que te llevaban lejos, muy lejos de este infame mundo real a la tierra donde videabas a Bogo y el Coro Celestial de Angeles y Santos en tu sabogo izquierdo, mientras chorros de luces te estallaban en el mosco. Estábamos piteando la vieja leche con cuchillos, como decíamos, que te avivaba y preparaba para una piojosa una-menos-veinte, pero ya os he contado todo esto.
Íbamos vestidos a la última moda, que en esos tiempos era un par de pantalones muy anchos y un holgado y reluciente chaleco negro de piel sobre una camisa con el cuello desabrochado y una especie de pañuelo metido dentro. En esos tiempos también estaba de moda pasarse la britba por la golová y rasurar la mayor parte, dejando pelo sólo a los lados. Pero siempre era lo mismo para nuestras viejas nogas, unas grandes botas bolches, realmente espantosas, para patear litsos.
-¿Y ahora qué pasa, eh?
Yo era el mayor de los cuatro y todos me consideraban el líder del grupo, pero a veces se me ocurría que a Toro le rondaba por la golová la idea de tomar el mando, y esto sólo porque era enorme y por la gronca golosa que le salía cuando estaba en pie de guerra. Pero todas las ideas venían de Vuestro Humilde, oh hermanos míos, y además estaba la vesche de que yo había sido famoso y habían publicado mi foto y artículos sobre mí y toda esa cala en las gasettas. Además yo tenía el mejor trabajo de los cuatro, en los Archivos Nacionales de Gramodiscos en el lado de la música, y cada fin de semana tenía los carmanos repletos de preciosos gollis, además de un montón de buenos discos gratis para el malenco estante de mi lado.
Esa noche en el Korova había un buen número de vecos y ptitsas y débochcas y málchicos que smecaban y piteaban y que interrumpían las goboraciones y la cháchara de los en-órbita barbotando cosas como «Gargariza los falatucos y el gusano se disemina en pequeñas bolas masacradas» y toda esa cala, uno podía slusar una canción pop en el estéreo, Ned Achimota cantando Ese día, sí, ese día. En la barra había tres débochcas vestidas a la última moda nadsat, esto es, pelo largo despeinado teñido de blanco y grudos postizos que sobresalían lo menos un metro y faldas muy cortas y ajustadas y ropa interior blanca y espumosa, y Toro repetía sin cesar: -Eh, podríamos meternos ahí, tres de nosotros. Al viejo Len no le interesa. Dejemos al viejo Len a solas con su Dios. -Y Len repetía sin cesar:- Yarboclos yarboclos. ¿Qué ha sido del espíritu del todos para uno y uno para todos, eh, chico? -De pronto me sentí muy muy cansado y al mismo tiempo con una energía hormigueante, y dije:
-Fuera fuera fuera fuera fuera.
-¿Adónde? -preguntó Rick, que tenía litso de rana.
-Oh, sólo a videar que sucede en el gran exterior -dije. Pero por alguna razón, hermanos míos, me sentí enormemente aburrido y algo desesperado, y esos días me había sentido así a menudo. De modo que me volví al cheloveco sentado junto a mí en el largo asiento de felpa que corría alrededor del mesto, un cheloveco somnoliento que barboteaba, y le aticé unos puñetazos en el estómago, ac ac ac, realmente scorro. Pero él ni los sintió, hermanos, y barbotó: «Carretea la virtud, ¿dónde en el extremo de las colas yacen las palopalomitas?» Así que nos largamos a la gran noche invernal.
Descendimos por el bulevar Marghanita y como no había militsos patrullando por allí, cuando encontramos a un starrio veco que venía del quiosco donde acababa de cuperar la gasetta le dije a Toro: -Muy bien, Toro, adelante si así lo deseas. -En aquellos tiempos, cada vez con más frecuencia me limitaba a dar las órdenes y videar cómo las cumplían. Toro se le echó encima y lo cracó, er er er, y los otros dos lo pisotearon y patearon, smecando todo el tiempo, y luego dejaron que se arrastrara gimoteando hasta donde vivía.
-¿Qué me dices de un delicioso vaso de algo que nos saque el frío, eh Alex? ‑propuso Toro. No estábamos lejos del Duque de Nueva York. Los otros dos dijeron sí sí sí con la cabeza, pero todos me miraron para videar si eso estaba bien. Estuve de acuerdo, así que hacia allá iteamos. Dentro del antro esperaban aquellas starrias ptitsas o harpías o bábuchcas que recordaréis del principio y todas empezaron con lo de «Buenas noches, muchachos, Dios os bendiga, chicos, no hay mejores muchachos que vosotros», esperando que nosotros dijéramos: «¿Qué vais a tomar, chicas?» Toro hizo sonar el colocolo y acudió un camarero frotándose las rucas en el delantal grasiento. -El dinero sobre la mesa, drugos -dijo Toro sacando un tintineante montón de dengo-. Escocés para nosotros y lo mismo para las viejas bábuchcas, ¿eh?
Y entonces yo dije: -Ah, al demonio. Que se lo paguen ellas. -No sabía por qué, pero en aquellos últimos tiempos me había vuelto algo tacaño. Se me había metido en la golová el deseo de guardar todos esos preciosos billetes para mí, de atesorarlos por alguna razón.
Toro dijo: -¿Qué pasa, brato? ¿Qué le sucede al viejo Alex?
-Ah, al demonio -dije yo-. No lo sé, no lo sé. Ocurre que no me gusta despilfarrar los billetes duramente ganados, eso es todo.
-¿Ganados? -dijo Rick-. ¿Ganados? No tienen por qué ganarse, como bien sabes, viejo drugo. Tomarlos, basta con tomarlos. -Y smecó realmente gronco y vi que tenía uno o dos subos menos estropeados.
-Ah -dije-, tengo que pensarlo. -Pero al videar la expresión de las viejas bábuchcas, que esperaban ansiosas un poco de alc gratis, encogí los plechos, saqué el dinero del carmano de los pantalones, billetes y monedas revueltos, y los dejé caer tintineando sobre la mesa.-Escocés para todos, ¿verdad? -dijo el camarero, pero por alguna razón dije:-No, muchacho, para mí será una cerveza pequeña, ¿de acuerdo?-Esto no me gusta -dijo Len, y empezó a pasarme las rucas por la golová, como queriendo decir que yo tenía fiebre, pero le gruñí como un perro y se apartó scorro-. Está bien, está bien, drugo -dijo-. Como tú digas.Pero Toro estaba smotando con la rota abierta algo que había salido de mi carmano junto con el precioso dinero que había dejado en la mesa.-Bueno bueno bueno -dijo-. Y nosotros sin enterarnos.-Dame eso -gruñí, y se lo arrebaté scorro. No me explicaba cómo había llegado allí, hermanos, pero era la fotografía que yo había recortado de una vieja gasetta, un bebé que gorjeaba gu gu gu mientras le babeaba leche de la rota y miraba arriba como smecando el mundo, y estaba todo nago y la carne toda como pliegues porque era un bebé muy gordo. Hubo un ja ja ja mientras querían arrebatarme el pedazo de papel y tuve que gruñirles de nuevo y agarré la foto y la rompí en pedazos diminutos que dejé caer como nieve. El whisky llegó al fin y las starrias bábuchcas dijeron: -Salud, muchachos, Dios los bendiga, chicos, no hay mejores muchachos que vosotros- y toda esa cala. Y una de ellas toda líneas y arrugas, sin un subo en la vieja rota hundida, dijo: -No rompas el dinero, hijo. Si tú no lo necesitas, dáselo a otros -lo cual fue muy descarado y audaz. Pero Rick dijo:-No era dinero, oh bábuchka. Era la fotografía de un pequeño y tierno bebé.-Ya me estoy cansando -dije yo-. Sois vosotros los bebés, todos. Mofándose y riéndose y lo único que saben hacer es smecar y arrear tolchocos bolches y cobardes a la gente, cuando ellos no pueden devolverlos.-Bueno -dijo Toro-, siempre te habíamos tenido por el rey en esas cuestiones y además el maestro. No te encuentras bien, eso es lo que te pasa, viejo drugo.Videé el turbio vaso de cerveza delante de mí sobre la mesa y sentí como un vómito dentro de mí, así que exclamé -Aaaaah- y arrojé por todo el suelo la cala espumosa y vonosa. Una de las ptitsas starrias comentó:-No quiere gastar.-Mirad, drugos, escuchad me -dije-. Por alguna razón esta noche no estoy bien de humor. No sé por qué o cómo, pero así es la cosa. Vosotros tres salid por vuestra cuenta esta noche y yo me quedo fuera. Mañana nos encontraremos en el mismo lugar y hora, y espero estar mucho mejor.-Oh -dijo Toro-, de veras que lo siento. -Pero se le videaba un brillo en los glasos, porque esa naito él podría llevar la batuta. Poder, poder, todos quieren poder.- Podemos posponer para mañana lo que teníamos en mente -dijo Toro-, esa crastada en las tiendas de la calle Gagarin. Diversión de película y dinero todo junto, drugo.-No -dije yo-. No posponéis nada. Adelante como si nada y según vuestro propio estilo. Ahora, yo me iteo -añadí, y me levanté de la silla.-¿Adónde? -preguntó Rick.-No lo sé -dije-. Necesito estar solo y aclarar unas cosas. -Era evidente que las viejas bábuchcas estaban realmente confundidas porque me marchara de aquel modo todo taciturno y no como el malchiquito animado y smecante que ellas recordaban. Pero dije:- Ah, al demonio, al demonio -y me largué odinoco a la calle.
Estaba oscuro y se estaba levantando un viento afilado como un nocho, y muy muy pocos liudos fuera. Por las calles circulaban coches patrulla cargados de brutales ras ras, y de cuando en cuando podía videarse en alguna esquina una pareja de militsos muy jóvenes que pateaban el suelo para defenderse del frío malévolo y exhalaban un aliento de vapor al aire invernal, oh hermanos míos. Supongo que en verdad se estaban acabando los tiempos de la ultraviolencia y el crastar, pues los ras ras trataban con brutalidad a quienes atrapaban, aunque se había convertido más bien en una especie de guerra entre nadsats desobedientes y ras ras, que podían ser más scorros con el nocho y la britba y con el bastón e incluso la pistola. Pero lo que me ocurría en aquellos tiempos era que eso no me importaba mucho. Era como si algo suave estuviese colándoseme dentro y no ponimaba por qué.
Tampoco sabía qué quería. Incluso la música que me gustaba slusar en mi malenca guarida era la que antes me habría hecho smecar, hermanos. Slusaba más malencas canciones románticas, lo que llaman Lieder , sólo una golosa y un piano, muy tranquilas y tiernas, muy diferente de cuando todo eran bolches orquestas y yo me tumbaba en la cama entre violines, trombones y timbales. Algo estaba ocurriendo en mi interior, y yo me preguntaba si sería alguna enfermedad o si lo que me habían hecho aquella vez estaba trastornándome la golová y me iba a volver realmente besuño.
Así pensando, con la golová gacha y las rucas en los carmanos del pantalón, recorrí la ciudad, hermanos, y al fin empecé a sentirme muy cansado y necesitado de una bolche chascha de chai con leche. Pensando en el chai tuve una súbita visión, como una fotografía de mí mismo sentado en un sillón ante un bolche fuego piteando chai, y lo más divertido y a la vez extraño era que yo parecía haberme convertido en un starrio cheloveco, de unos setenta años de edad, porque videé mi propio boloso, muy gris, y además llevaba patillas, que también eran muy grises. Pude videarme como un anciano sentado junto al fuego y entonces la imagen se desvaneció. Pero fue una experiencia como extraña.
Llegué a uno de esos mestos de té-y-café, hermanos, y a través de los grandes cristales videé que estaba atestado de liudos apagados, corrientes, de litsos pacientes e inexpresivos, que no harían daño a nadie, todos sentados allí goborando quedamente y piteando unos tés y cafés inofensivos. Iteé en el interior, fui hasta la barra y pedí un buen chai caliente con mucha moloco, y luego iteé hasta una mesa y me senté a pitearlo. Una pareja joven ocupaba aquella mesa y bebían y fumaban cánceres con filtro, y goboraban y smecaban en voz baja, pero apenas reparé en ellos y seguí bebiendo y soñando y preguntándome qué era lo que estaba cambiando en mí y qué iba a ocurrirme. Sin embargo videé que la débochca de la mesa que estaba con el cheloveco era de película, no de la clase que querrías tumbar en el suelo para darle el viejo unodós, unodós, sino que tenía un ploto y un litso de primera, y una rota sonriente y un boloso muy muy brillante y toda esa cala. Y entonces el veco que la acompañaba, que llevaba un sombrero en la golová y estaba de espaldas a mí, volvió el litso para videar el bolche reloj de pared que había en el mesto, y entonces pude videar quién era y él videó quién era yo. Era Pete, uno de mis tres drugos de los días en que éramos Georgie, Lerdo, él y yo. Era Pete, que parecía mucho mayor aunque no podía tener entonces más de diecinueve años y llevaba un pequeño bigote y un traje corriente y el sombrero puesto.
-Bueno bueno bueno, drugo -dije-, ¿cómo te va? Hace mucho, mucho tiempo que no te videaba.
Y él dijo: -Eres el pequeño Alex, ¿verdad?
-El mismo -dije-. Ha pasado mucho, mucho tiempo desde aquellos buenos tiempos de antes, muertos y enterrados. Y el pobre Georgie, según me dijeron, está bajo tierra, y el viejo Lerdo es un militso brutal, y aquí estás tú y aquí estoy yo, ¿y qué noticias tienes, viejo drugo?
-Qué manera de hablar más rara, ¿verdad? -dijo la débochca entre risitas.-Éste es un viejo amigo -le dijo Pete a la débochca-. Se llama Alex. -Y volviéndose hacia mí añadió:- Te presento a mi mujer.
Me quedé boquiabierto. -¿Tu mujer? -balbucí-. ¿Mujer mujer mujer? Ah, no, eso no es posible. Eres demasiado joven para estar casado, viejo drugo. Imposible, imposible.
La débochca que era la mujer de Pete (imposible, imposible) soltó otra risita y le dijo: -¿Tú también hablabas de esa manera?
-Bueno... -dijo Pete, y sonrió-. Tengo cerca de veinte años. Bastante viejo para casarse, y ya hace dos meses. Tú eras muy joven y muy adelantado, recuerda.
-En fin... -Seguía como pasmado.- Me cuesta de veras hacerme a la idea, viejo drugo. Pete casado. Vaya vaya vaya.
-Tenemos un piso pequeño -dijo Pete-. Gano muy poco en State Marine Insurance, pero las cosas mejorarán, seguro. Y Georgina...-¿Puedes repetir el nombre? -dije, con la rota aún abierta como un besuño. La mujer de Pete (mujer, hermanos) volvió a soltar otra risita.-Georgina -dijo Pete-. Georgina también trabaja. De mecanógrafa, ¿sabes? Nos las arreglamos, nos las arreglamos. -Hermanos, no podía apartar los glasos de él, de verdad. Había crecido y tenía golosa de hombre crecido también.- Tienes que venir a vernos alguna vez -dijo Pete-. Sigues pareciendo muy joven a pesar de tus terribles experiencias. Sí sí, sí lo leímos todo. Pero, por supuesto, aún eres muy joven.-Dieciocho -dije-. Recién cumplidos.-Dieciocho, ¿eh? -dijo Pete-. Tan mayor ya. Bueno bueno bueno. Ahora tenemos que irnos -añadió, y le dedicó a su Georgina una mirada amorosa y oprimió una de sus rucas entre las suyas y ella le devolvió una mirada igual, oh hermanos míos-. Sí -dijo Pete mirándome-, vamos a una pequeña fiesta en casa de Greg.-¿Greg? -dije.-Ah, claro -dijo Pete-, tú no conoces a Greg. Greg vino después de tu época. Entró en escena mientras estabas ausente. Organiza pequeñas fiestas, reuniones de copas y juegos de palabras sobre todo. Pero muy agradables, muy tranquilas. Inofensivas, si entiendes por dónde voy.-Sí -dije-. Inofensivas. Sí, sí, video ese verdadero espanto. -Al oír esto la débochca Georgina se rió otra vez de mis slovos. Y luegos los dos itearon a sus vonosos juegos de palabras en casa del tal Greg, quienquiera que fuese. Y yo me quedé odinoco mirando mi chai con leche, frío a aquellas alturas, pensativo e inquieto.
Tal vez fuera eso, pensé. Tal vez me estaba volviendo demasiado viejo para la clase de chisna que había llevado hasta entonces, hermanos. Acababa de cumplir dieciocho años. Con dieciocho ya no era tan joven. A los dieciocho el viejo Wolfgang Amadeus había compuesto conciertos, sinfonías, óperas y oratorios y toda esa cala, no, no cala, música celestial. Y estaba también el viejo Felix M. con la obertura de su Sueño de una noche de verano. Y había otros. Y estaba ese poeta francés citado por el viejo Benjy Britt, que había escrito sus mejores poemas antes de los quince años, oh hermanos míos. Su primer nombre era Arthur. Dieciocho no era una edad tan tierna entonces. ¿Pero qué haría?
Mientras recorría las calles oscuras y bastardas de invierno después de itear del mesto de té-y-café, videé visiones parecidas a esos dibujos de las gasettas. Alex, Vuestro Humilde Narrador, regresaba a casa del trabajo para cenar un buen plato caliente, y una ptitsa acogedora lo recibía amorosamente. Pero no conseguía videarlo, hermanos, ni imaginar quién podía ser. Sin embargo, tuve la profunda certeza de que si entraba en la habitación próxima a aquélla donde ardía el fuego y mi cena caliente esperaba sobre la mesa encontraría lo que realmente deseaba, y de pronto todo cuadró, la fotografía recortada de la gasetta y el encuentro con Pete. Porque en esa otra habitación, en una cuna, mi hijo gorjeaba gu gu gu. Sí sí sí, hermanos, mi hijo. Y sentí un bolche agujero dentro de mi ploto, que me sorprendió incluso a mí. Comprendí lo que estaba sucediendo, oh hermanos míos. Estaba creciendo.
Sí sí sí, eso era. La juventud tiene que pasar, ah, sí. Pero en cierto modo ser joven es como ser un animal. No, no es tanto ser un animal sino uno de esos muñecos malencos que venden en las calles, pequeños chelovecos de hojalata con un resorte dentro y una llave para darles cuerda fuera, y les das cuerda grrr grrr grrr y ellos itean como si caminaran, oh hermanos míos. Pero itean en línea recta y tropiezan contra las cosas bang bang y no pueden evitar hacer lo que hacen. Ser joven es como ser una de esas malencas máquinas.
Mi hijo, mi hijo. Cuando tuviera un hijo se lo explicaría todo en cuanto fuese lo suficiente starrio para comprender. Pero sabía que no lo comprendería o no querría comprenderlo, y haría todas las vesches que yo había hecho, sí, quizás incluso mataría a alguna pobre starria forella entre cotos y coschcas maullantes, y yo no podría detenerlo. Ni tampoco él podría detener a su hijo, hermanos. Y así itearía todo hasta el fin del mundo, una vez y otra vez y otra vez, como si un bolche gigante cheloveco, o el mismísimo viejo Bogo (por cortesía del bar lácteo Korova) hiciera girar y girar y girar una vonosa y grasña naranja entre las rucas gigantescas.
Pero antes de nada, hermanos, estaba la vesche de encontrar una débochca que fuera madre de ese hijo. Tendría que ponerme en esa tarea al día siguiente, pensé. Era una ocupación nueva. Era algo que tendría que empezar, un nuevo capítulo que comenzaba.
Eso es lo que va a pasar ahora, hermanos, ahora que llego al final de este cuento. Habéis acompañado a vuestro druguito Alex allá donde ha ido, habéis sufrido con él y habéis videado algunas de las acciones más brachnas y grasñas del viejo Bogo, todas sobre vuestro viejo drugo Alex. Y todo se explicaba porque era joven. Pero ahora, al final de esta historia, ya no soy joven, ya no. Alex ha crecido, oh sí.
Pero donde vaya ahora, oh hermanos míos, tengo que itear odinoco, no podéis acompañarme. Mañana es todo como dulces flores y la tierra vonosa que gira, y allá arriba las estrellas y la vieja luna, y vuestro viejo drugo Alex buscando odinoco una compañera. Y toda esa cala. Un mundo grasño y vonoso, realmente terrible, oh hermanos míos. Y por eso, un adiós de vuestro druguito. Y para todos los demás en esta historia, un profundo chumchum de música de labios: brrrrr. Y pueden besarme los scharros. Pero vosotros, oh hermanos míos, recordad alguna vez a vuestro pequeño Alex que fue. Amén. Y toda esa cala.
Lima, 06 de mayo de 2011.
ese es el final????
ResponderEliminaro sea que maduró solo porque se encontró con uno de sus viejos drugos, y éste también ya había madurado???
la verdad no me gusta que el cine cambie los finales de las novelas originales, pero viendo lo chafa que fue el final la verdad no me perdi de mucho...
... al menos hubieran hecho que Alex maduraba porque se habia dado cuenta de que el Partido Conservador lo habia manipulado... un Alex activista hubiera sido hasta mas maduro que un simple Alex que quiere formar una familia...
que chafez...
El autor Anthony Burgess escribio sobre el capitulo 21:
ResponderEliminarLa naranja mecánica exprimida de nuevo
21 es el símbolo de la
madurez humana, o lo era, puesto que a los 21 tenías derecho a votar y asumías las responsabilidades de un adulto. Fuera cual fuese su simbología, el caso es que 21 fue el número con el que empecé. A los novelistas de mi cuerda les interesa la llamada numerología, es decir que los números tienen que significar algo para los humanos cuando éstos los utilizan. El número de capítulos nunca es del todo arbitrario. Del mismo modo que un compositor musical trabaja apartir de una vaga imagen de magnitud y duración, el novelista parte con una imagen de extensión, y esa imagen se expresa en el número de partes y capítulos en los que se dispondrá la obra. Esos veintiún capítulos eran importantes para mí.
¿Oué ocurría en ese vigésimo primer capítulo? Ahora tienen la oportunidad
de averiguarlo. En resumen, mi joven criminal protagonista crece unos años. La violencia acaba por aburrirlo y reconoce que es mejor emplear la energía humana en la creación que en la destrucción. La violencia sin sentido es una prerrogativa de la juventud; rebosa energía pero le falta talento constructivo. Su dinamismo se ve forzado a manifestarse destrozando cabinas telefónicas, descarrilando trenes,robando coches y luego estrellándolos y, por supuesto, en la mucho más satisfactoria actividad de destruir seres humanos. Sin embargo, llega un momento en que la violencia se convierte en algo juvenil y aburrido. Es la réplica de los estúpidos y los ignorantes. Mi joven rufián siente de pronto, como una revelación, la necesidad de hacer algo en la vida, casarse, engendrar hijos,mantener la naranja del mundo girando en las rucas de Bogo, o manos de Dios, y quizás incluso crear algo, música por ejemplo. Después de todo Mozart y Mendelssohn compusieron una música celestial en la adolescencia o nadsat,mientras que lo único que hacía mi héroe era rasrecear y el viejo unodós-unodós.Es con una especie de vergüenza que este joven que está creciendo mira ese
pasado de destrucción. Desea un futuro distinto.En el vigésimo capítulo no hay ningún indicio de este cambio. El chico es condicionado y luego descondicionado y contempla con júbilo la recuperación de
una voluntad libre y violenta. «Sí, yo ya estaba curado», dice, y así concluyen el libro norteamericano y la película. El capítulo veintiuno concede a la novela una cualidad de ficción genuina, un arte asentado sobre el principio de que los seres humanos cambian. De hecho, no tiene demasiado sentido escribir una novela a menos que pueda mostrarse la posibilidad de una transformación moral o un aumento de sabiduría que opera en el personaje o personajes principales. Incluso los malos bestsellers muestran a la gente cambiando. Cuando una obra de ficción no consigue mostrar el cambio, cuando sólo muestra el carácter humano como algo rígido, pétreo, impenitente, abandona el campo de la novela y entra en la fábula o la alegoría. La Naranja norteamericana o de Kubrick es una fábula; la británica o mundial es una novela.
Pero mi editor de Nueva York veía mi vigésimo primer capítulo como una
traición. Era muy británico, blando, y mostraba una renuencia pelagiana a
aceptar que el ser humano podía ser un modelo de maldad impenitente. Venía a decir que los norteamericanos eran más fuertes que los británicos y no temían enfrentarse a la realidad. Pronto se verían enfrentados a ella en Vietnam. Mi libro era kennediano y aceptaba la noción de progreso moral. Lo que en realidad se quería era un libro nixoniano sin un hilo de optimismo. Dejemos que la maldad se pavonee en la página y hasta la última línea y se ría de todas las creencias heredadas, judía, cristiana, musulmana o cualquier otra, y de que los humanos pueden llegar a ser mejores. Un libro así sería sensacional, y lo es. Pero no creo que sea una imagen justa de la vida humana.
continua...
ResponderEliminarY no lo creo porque, por definición, el ser humano está dotado de libre
albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo
puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir
que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho
no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso
Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano
ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección
moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa
elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades
morales. De eso hablan los noticiarios televisivos. Desgraciadamente hay en
nosotros tanto pecado original que el mal nos parece atractivo. Destruir es más
fácil y mucho más espectacular que crear. Nos gusta morirnos de miedo ante
visiones de destrucción cósmica. Sentarse en una habitación oscura y componer
la Missa Solemnis o la Anatomía de la melancolía no da pie a titulares ni a flashes
informativos. Desgraciadamente mi pequeño libelo atrajo a muchos porque
despedía los miasmas del pecado original como un cartón de huevos podridos.
Parece mojigato e ingenuo negar que mi intención al escribir la novela era
excitar las peores inclinaciones de mis lectores. Mi saludable herencia de pecado
original se exterioriza en el libro y disfruto violando y destruyendo por poderes.
Es la cobardía innata del novelista, que delega en personajes imaginarios los
pecados que él tiene la prudencia de no cometer. Pero el libro también guarda
una lección moral, la tradicional repetición de la importancia de la elección
moral. Es precisamente el hecho de que esa lección destaca tanto la que me hace
menospreciar a veces La naranja mecánica como una obra demasiado didáctica
para ser artística. No es misión del novelista predicar, sino mostrar. Yo he
mostrado suficiente, aunque a veces lo oculta la cortina de un idioma inventado;
otro aspecto de mi cobardía. El nadsat, una versión rusificada del inglés, fue
concebido para amortiguar la cruda respuesta que se espera de la pornografía.
Convierte el libro en una aventura lingüística. La gente prefiere la película porque
el lenguaje los asusta, y con razón.
No creo tener que recordar a los lectores el significado del título. Las
naranjas mecánicas no existen, excepto en el habla de los viejos londinenses. La
imagen era extraña, siempre aplicada a cosas extrañas. «Ser más raro que una
naranja mecánica» quiere decir que se es extraño hasta el límite de lo extraño. En
sus orígenes «raro» [queer] no denotaba homosexualidad, aunque «raro» era
también el nombre que se daba a un miembro de la fraternidad invertida. Los
europeos que tradujeron el título como Arancia a Orologeria o Orange Mécanique
no alcanzaban a comprender su resonancia cockney y alguno pensó que se
refería a una granada de mano, una piña explosiva más barata. Yo la uso para
referirme a la aplicación de una moralidad mecánica a un organismo vivo que
rebosa de jugo y dulzura.
Los lectores del capítulo veintiuno deben decidir por sí mismos si mejora el
libro que presumiblemente conocen o realmente se trata de un miembro
prescindible. Mi intención era que el libro concluyese de esta manera, pero tal vez
mi juicio estético no era correcto. Los escritores raras veces son sus mejores
críticos, y tampoco son críticos. Quod scripsi scripsi, dijo Poncio Pilatos cuando
hizo a Jesucristo rey de los judíos. «Lo que he escrito, escrito está». Podemos
destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo. Con lo que el doctor
Johnson llamaba fría indiferencia expondré lo escrito al juicio de ese 0,00000001
de la población norteamericana al que le importan esas cuestiones. Coman esta
porción dulce o escúpanla. Son libres.
ANTHONY BURGESS
Noviembre de 1986
lo que falto agregar en este buen post es el GLOSARIO NADSAT - ESPAÑOL
ResponderEliminarLa inclusión en La naranja mecánica de un léxico nadsat, que apareció por
primera vez en la edición norteamericana, no fue idea original del autor, para quien
una lectura ordenada del libro era como «un curso de ruso cuidadosamente
programado». Este glosario nadsat-español, en cambio, ha contado con la
colaboración de Anthony Burgess, quien propuso la mayor parte de las posibles
equivalencias y algunas variantes fonéticas. Las palabras que no parecen de
origen ruso han sido señaladas con un asterisco. (N. del editor)
*apología disculpas
bábuchca anciana
besuño loco
biblio biblioteca
bitba pelea
Bogo Dios
bolche grande
bolnoyo enfermo
boloso cabello
brachno bastardo
brato hermano
bredar lastimar
britba navaja
brosar arrojar
bruco vientre
bugato rico
cala excremento
*cancrillo cigarrillo
cantora oficina
carmano bolsillo
cartófilo papa
clopar golpear, llamar
cluvo pico
colocolo campanilla
copar entender
coschca gato
coto gato
*cracar golpear, destruir
*crarcar aullar, gritar
crastar robar
crichar gritar
crobo sangre
cuperar comprar
chai té
*chaplino sacerdote
chascha taza
chaso guardia
cheloveco individuo
chepuca tonteria
china mujer
chisna vida
chistar lavar
chudesño extraordinario
chumchum ruido
*chumlar murmurar
débochca muchacha
dedón viejo
dengo dinero
dobo bueno, bien
domo casa
dorogo estimado, valioso
dratsar pelear
*drencrom droga
drugo amigo
duco asomo, pizca
dva dos
filosa mujer
forella mujer
*fuegodoro bebida
gasetta diario
glaso ojo
*gloria cabello
glupo estúpido
goborar hablar, conversar
*goli unidad de moneda
golosa voz
golová cabeza
gorlo garganta
grasño sucio
gronco estrepitoso, fuerte
grudos pechos
guba labio
guIar caminar
imya nombre
interesobar interesar
itear ir, caminar, ocurrir
joroschó bueno, bien
klebo pan
lapa pata
litso cara
liudo individuo
lontico pedazo, trozo
lovetar atrapar
lubilubar hacer el amor
málchico muchacho
malenco pequeño, poco
*maluolo mal, malo
maslo mantequilla
mersco sucio
meselo pensamiento, fantasía
mesto lugar
militso policía
minuta minuto
molodo joven
moloco leche
mosco cerebro
*munchar masticar, comer
nachinar empezar
nadmeño arrogante
nadsat adolescente
nago desnudo
naito noche
naso loco
niznos calzones
nocho cuchillo
noga pie, pierna
nopca botón
nuquear oler
ocno ventana
ochicos lentes
odinoco solo, solitario
odin uno
osuchar borrar, secar
*pe y eme papá y mamá
pianitso borracho
pischa alimento
pitear beber
placar gritar
platis ropas
plecho hombro
plenio prisionero
plesco salpicadura
ploto cuerpo
poduchca almohada
polear copular
polesño útil
*polillave llave maestra
ponimar entender
prestúpnico delincuente
privodar llevar, conducir
ptitsa muchacha
puglio miedoso
puschca arma de fuego
quilucho llave
quischcas tripas
rabotar trabajar
radosto alegrla
rascaso cuento, historia
rasdrás enojo, cólera
rasrecear trastornar, destrozar
rasudoque cerebro
rota boca
ruca mano, brazo
sabogo zapato
sacarro azúcar
samechato notable
samantino generoso
*sarco sarcástico
sasnutar dormir
scasar decir
*scolivola escuela
scorro rápido
scotina «vaca»
scraicar arañar
scvatar agarrar
schaica pandilla
scharros nalgas
schesto barrera
schiya cuello
*schlaga garrote
schlapa sombrero
schlemo casco
schuto estúpido
*silaño preocupación
siny cine
sladquino dulce
slovo palabra
sluchar ocurrir
slusar oír, escuchar
smecar reír
smotar mirar
snito sueño
*snufar morir
sobirar recoger
*sodo bastardo
soviet consejo, orden
spatar dormir
spachca sueño
spugo aterrorizado
staja cárcel
starrio viejo, antiguo
straco horror
subos dientes
sumca mujer vieja
svonoco timbre
svuco sonido, ruido
synthemesco droga
talla cintura
*tastuco pañuelo
tolchoco golpe
tri tres
tuflos pantuflas
ubivar matar
ucadir irse
uco oreja
uchasño terrible
umno listo
usy cadena
varitar preparar
veco individuo, sujeto
*velocet droga
vesche cosa
videar ver
vono olor
*yajudo judío
yama agujero
*yarboclos testículos
yasicca lengua
yecar conducir un vehículo
Siguiendo con las palabras del autor "quizás mi juicio estético no era correcto" "los escritores son malos críticos de sí mismos".
ResponderEliminarHay que creer que el Ser Humano tiene posibilidad de cambiar, pero no se está juzgando eso. Se está juzgando si en el contexto de un libro potente con un estilo determinado ESE PERSONAJE puede cambiar. Y estamos de acuerdo que el capítulo 21 no es afortunado.
Una pequeña corrección. El texto dice "a diferencia de otras películas adaptadas de novelas que filmó (2001: A Space Odissey, por ejemplo)". En realidad 2001 no es una película adaptada de una novela, sino al revés, el libro es una versión novelada del guión de la película (que a su vez, eso sí, estaba basada en un cuento de Clarke, llamado "El Centinela").
ResponderEliminarMuchas gracias por todos los comentarios, todos son muy ilustrativos, por cierto
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