Citas para reflexionar...

"Una persona exitosa es la que construye un edificio sólido con los ladrillos que le van lanzando los que quieren derribarla"
[David Brinkley].

22 de diciembre de 2010

¿Cómo era antiguamente la Navidad Limeña, aquella que nos narra Don Ricardo Palma?

Cuando tenía 8 o 9 años, mi papá compró una colección de las Tradiciones de Ricardo Palma, que me llamó mucho la atención. Y aunque su lenguaje antiguo era cosa seria, la verdad es que siempre era posible entender la esencia de sus textos, que, dicho sea de paso, alimentaron mi imaginación de niño, como si fueran cuentos de hadas.

Sé que, a muchos, ya sea por Cultura General, o porque su Carrera se los exige, les conviene e interesa conocer algo de la historia de cómo se celebraban las Navidades en Lima, en épocas de la Colonia y a inicios de la República, por lo que transcribo a continuación dos Tradiciones de uno de nuestros máximos escritores. Verán que tienen fragmentos algo parecidos. Espero las disfruten.

Verán que NO HABÍA PAVO, TAMPOCO PANETÓN, PAPÁ NOEL NO SE MENCIONABA NI EN BROMA, pero, valgan verdades, LAS JUERGAS NUNCA FALTABAN (parece ser que la juerga –o “cuchipanda”– ha sido, es y siempre será muy limeña).


Ojalá que, con la actual moda gastronómica, a alguien se le ocurra alguna vez recrear las típicas y limeñas Cenas Navideñas, para variar un poco la desconcertante deformación que hemos hecho en los últimos 30 años, del “Thanksgiving” americano incluyendo el pavo, acompañado de chocolate caliente en pleno verano [¡¿?!], y todo matizado con cánticos aludiendo a una “Blanca Navidad” sin nieve.



Ahora, que hable el Maestro:

EL MES DE DICIEMBRE EN LA ANTIGUA LIMA
Ricardo Palma

Allá en los tiempos del rey, la conclusión de año era, en la ciudad fundada por Pizarro, de lo bueno  lo mejor. Mes íntegro de jaraneta y bebendurria.


Raro era el barrio en que el 8 de diciembre no se celebrara, en algunas casas de la circunscripción, con lo que nuestras bisabuelas llamaban altar de Purísima. Armábase éste en el salón principal, y desde las siete de la noche los amigos y amigas invitados empezaban a llegar.

Las jóvenes solteras se diferenciaban de las casadas en la colocación de las flores que se ponían en el peinado. Era sabido que rosas y claveles al lado izquierdo significaban que la propietaria se hallaba en disponibilidad para admitir huéspedes en el corazón.

Principiábase por un rosario de cinco misterios, acompañado de cánticos a la Virgen; seguía una plática devota, pronunciada por fraile de campañillas, comensal de la familia, y dábase remate a la función religiosa de villancicos alegres, cantados a compás de clavicordio y violín por las criadas de la casa, a las que se asociaban otras de la vecindad.

Después de las diez de la noche, hora en que se despedían los convidados de etiqueta, principiaba lo bueno y lo sabroso. Jarana en regla. Las parejas se sucedían bailando delante del altar el ondú, el paspié, la pieza inglesa y demás bailes de sociedad por entonces a la moda.

Por supuesto que las copas menudeaban, y ya después de media noche se trataba a la Purísima con toda confianza, pues dejándose de bailecitos sosos y ceremoniosos entraba la voluptuosa zamacueca con mucho de arpa y cajón.

Y el altar de Purísima duraba tres noches, que eran tres noches de jaleo, en las que, so capa de devoción, había para las almas, muchísimo de perdición.




II
Desde el 15 de diciembre comenzaban las matinales misas de Aguinaldo, en las que todo era animación y alegría. ¡Qué muchacheo tan de rechupete el que en esas mañanas se congregaba en las iglesias para tentación y pecadero del prójimo enamoradizo!

Una orquesta criolla, con cantores y cantoras de la hebra, hacía oír todos los airecitos populares en boga, como hoy lo está aquello de:

Santa Rosa de Lima,
¿cómo consiente
que un impuesto le pongan
al aguardiente?

Lo religioso y sagrado no excluía a lo mundanal y profano.

Al final de la misa un grupo de pallas bailaban la cachua y el maicillo, cantando coplas no siempre muy ortodoxas.

Una Misa de Aguinaldo duraba un par de horitas por lo menos, de siete a nueve. Esas misas sí que eran cosa rica, y no insulsas como las de hogaño. Hoy ni en las misas de Aguinaldo, ni en la de Gallo, hay pitos, canarios, flautines, zampoñas, bandurrias, matracas, zambombas, cánticos ni bailoteos; ni los muchachos rebuznan, ni cantan como gallo, ni ladran como perro, ni mugen como buey, ni maúllan como gato, ni nada, nada de lo que alcanzamos todavía en el primer tercio de la república como pálida reminiscencia del pasado colonial.




De tiempos que ya están lejos
aún me cautiva el dibujo.
¡Ay, hijos! Cosas de lujo
hemos visto acá los viejos.

III
La Nochebuena, con su misa de Gallo, era el no hay más allá del criollismo.

Desde las cinco de la tarde del 24 de diciembre los cuatro lados de la plaza Mayor ostentaban mesitas, en las que se vendían flores, dulces, conservas, juguetes, pastas, licores y cuanto de apetitoso y manducable plugo a Dios crear.

A las doce sólo el populacho quedaba en la plaza multiplicando las libaciones. La aristocracia y la clase media se encaminaban a los templos, donde las pallas cantaban en el atrio villancicos como éste:

Arre borriquito,
vamos a Belén
que ha nacido un niño,
para nuestro bien.
Arre borriquito,
vamos a Belén,
que mañana es fiesta,
pasado también.

A la Misa del Gallo seguía en las casas opípara cena, en la que el tamal era plato obligado. Y como no era higiénico echarse en brazos de Morfeo tras una comilona bien mascada y mejor humedecida con buen tinto de Cataluña, enérgico Jerez, delicioso Málaga y alborotador quitapesares (vulgo legítimo aguardiente de Pisco o de Motocachi), improvisábase en familia un bailecito, al que los primeros rayos de sol ponían remate.

En cuanto al pueblo, para no ser menos que la gente de posición, armaba jarana hasta el alba alrededor de la pila de la plaza. Allí las parejas se descoyuntaban bailando zamacueca, pero zamacueca borrascosa, de esa que hace resucitar muertos.

IV
Como los altares de Purísima, eran los nacimientos motivo de fiesta doméstica.

Desde el primer día de Pascua armábase en algunas casa un pequeño proscenio, sobre el que se veía el establo de Belén con todos los personajes de que habla la bíblica leyenda. Figurillas de pasta o de madera más o menos graciosas complementaban el cuadro.

Todo el mundo, desde las siete hasta las once de la noche, entraba con llaneza en el salón, donde se exhibía el divino misterio. Cada nacimiento era más visitado y comentado que ministro nuevo.

Cuando llegaban personas amigas de la familia propietaria del nacimiento se las agasajaba con una vaso de jora, chicha morada u otras frescas horchatas, bautizadas con el nada limpio nombre de Orines del Niño.

En no pocas casas, después de las once, cuando quedaban sólo los amigos de confianza, se armaba una de golpe al parche y fuego a la lata. Se bebía y cuequeaba en grande.

El más famoso de los nacimientos de Lima era el que se exhibía en el Convento de los padres Betlemitas o Barbones. Y era famoso por la abundancia de muñecos automáticos y por los villancicos con que festejaban al Divino Infante.

Pero como todo tiene fin sobre la tierra, el 6 de enero, día de los Reyes Magos, se cerraban los nacimientos. De suyo se deja adivinar que aquella noche el jolgorio era mayúsculo.

Y hasta diciembre del otro año, en que, para diferenciar, se repetían las mismas fiestas sin la menor variante.


UNA MISA DE AGUINALDO
Ricardo Palma
(Al General Lucio V. Mansilla, en Buenos Aires)

«¡Mañanitas de abril y mayo! ¡Cuán deliciosas sois!», es la exclamación favorita de la juventud de hogaño.

En los tiempos de mi mocedad, la mañana predilecta era la del aguinaldo de diciembre. Y con razón; porque, aparte de que en ese mes la temperatura de Lima es casi idéntica a la de abril y mayo, ni exceso de calor ni exceso de frío, las matinales misas de aguinaldo traían al espíritu un algo, y hasta un mucho de poético.

A las siete de la mañana, cada parroquia era lugar de cita de cuanto Dios crió de bueno y sabroso, en punto a bello sexo limeño.

De mí sé decir que, en mi parroquia, era de los mozos más puntuales a la misa de aguinaldo, atraído por el imán de unos ojos negros, azules, verdes o pardos, que en materia de ojos, siempre fui generalizador y nunca atiné a diferenciar de colores. Todos los ojos me gustaban en cara de buena moza, y ¡qué demonche!, todavía me gustan, que músico viejo nunca pierde el compás.

La misa de aguinaldo, en buen romance, no es del todo cantada ni del todo rezada. Las monjas la llaman misa con discante, que es para ellas como decir misa adefesiera.

Una orquesta criolla, con cantores y cantoras de la hebra, hacía oír todos. Los aires populares en boga, como hoy lo están el trío de los Ratas o la canción de la Menegilda en la Gran Vía.

Lo religioso o sagrado no excluía a lo mundanal o profano.

En las misas de aguinaldo de mi tiempo, la jarana era completa. Había hasta baile. Un grupo de pallas bailaba el maicillo, cantando al Niño Dios versos como estos:

Arre, borriquito,
vamos a Belén,
que ha nacido un niño
para nuestro bien.
Arre, borriquito,
vamos a Belén,
que mañana es fiesta
y el lunes también.

Al final de la misa tocaba la orquesta el himno patrio o la marcha bélica de Uchumayo, o un vals, o rompía con una estrepitosa zamacueca u otro bailecito de la laya.

¡Esas misas de aguinaldo sí que eran cosa rica, y no sosas como las de ahora! Ya no hay pitos, canarios, flautines, zampoñas, matracas, bandurrias, zambombas, canticio ni bailoteo, ni los muchachos rebuznan, ni cantan como gallo, ni mugen como buey, ni ladran como perro, ni nada, ni nada. Las misas de aguinaldo de ahora son un desengaño, no son ni sombra de lo que fueron. Por eso, y para no entristecerme con recuerdos añejos, nunca voy a ellas.


De tiempos que ya están lejos
aún me cautiva el dibujo...
¡Ay, hijas! Cosas de lujo
hemos visto acá los viejos.

El ínter o auxiliar del cura de mi parroquia era (¡Dios le tenga en gloria!) todo lo que se entiende por un misacantano o clérigo de misa y olla, gran parrandista, y que no podía escuchar aires de zamacueca sin que el cuerpo le pidiese jarana y se lo evaporara el seso.

A la moda estaba por entonces, entre la gente alegre de mi tierra, una zamacueca llamada el se vende, nombre motivado por el estribillo de la letra cantable. La primera vez que junto con el ite misa est hizo la orquesta oír el se vende, necesitó el clérigo de Dios y ayuda para dominarse y vencer la tentación.

Ya en la sacristía, hizo llamar al director de orquesta y le dijo:

- Mira, compadre Sietecueros, te prohíbo formalmente que vuelvas a tocar el se vende. Es música muy pecaminosa. Conque... no me comprometas.

Prometió el musiquín respetar la consigna; pero el público dio en echar de menos el airecito popular, excitando a los de la orquesta a insurreccionarse.

Era la última misa de aguinaldo de aquel año, cuando al volverse el oficiante hacia el concurso para darle la bendición de despedida, comenzó la orquesta a tocarlo prohibido.

Los nervios se le sublevaron al ínter, quien murmuró entre dientes:

Ya le he dicho a ese canalla
que no me toque el se vende,
y por más que se lo he dicho
se hace el sordo y no me atiende...
¡Pues se vende! ¡Pues se vende!

Y con gran sorpresa de la parroquia, escobilló delante del altar un cachete redondo, repitiendo:

- ¡Pues se vende! ¡Pues se vende! y... y...

¡Tilingo! ¡Tilingo!
mañana es domingo
de pipiripingo.

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Lima, 22 de diciembre de 2010.

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